martes, 24 de agosto de 2010
Héctor Suárez y sus visiones de Chan Chan
Chan Chan es contemplado con cierto interés histórico considerando el recupero arquitectónico de sus partes, por siglos esta majestuosa ciudadela enclavada a orillas de nuestra costa se manifiesta solitaria y lejana al barullo de la gran urbe. Antenor Orrego comentaba sobre sus constantes visitas a este lugar con César Vallejo, llevando consigo vino y bizcochos, perdiéndose entre los vericuetos de oscuro barro. A posteriori, José Eulogio Garrido se vuelve un asiduo visitante de este terreno añejo y polvoriento, pareciera que un cierto encanto se guardara entre estos muros y frisos de magnífica construcción.
La Alianza Francesa de Trujillo alberga esta exposición donde la esencia de esta muestra se complementa con la obra poética de José Eulogio Garrrido en “Visiones de Chan Chan”, título elegido por Héctor Suárez para esta selección de trabajos donde los recintos amurallados de adobe se compenetran con la naturaleza. El escenario desolado donde pirámides truncas yerguen deshabitadas bajo un cielo quebrado, otras veces desnudo. El contraste de las comparticiones y edificios se integran a la tierra en coloraciones reflejadas por la cercanía al mar.
La importancia de este trabajo radica en la frenética oscilación de los espacios terrosos y su permanente traslado de los puntos de fuga en un espacio que se enriquece de una vista aérea. Los diversos niveles de perspectiva se divisan desde lo alto de las murallas para rescatar la proyección de suelos invadidos por una luz tenue de la tarde y la brillantez de la noche sobre bloques ocres.
Cuadros de mediano formato recogen fragmentos poco vistosos, dejando de lado la imagen manida del conocido Chan Chan, la periferia a los centros de adoración se convierten en luminosos y pequeños santuarios donde el paisaje inundado de barro recupera su vitalidad. Una cierta energía despide cada detalle de las tapias y un acicalado tratamiento del temple le asegura una pintura chata y de escasa textura.
La pintura de Suárez recoge estos parajes agonizados por la intemperie -saqueada y destruida por los Incas (se postula)-, cada rincón de esta ciudadela mantiene una iluminación fantástica, incluso aprovecha la luminaria espacial para insertar un inventado color de murallas. Los diversos ángulos perspécticos enriquecen una pintura dotada de valores históricos en una obra que comulga con la expresión de Eulogio Garrido al pormenorizar con sigilo muros desgastados por el tiempo.
En ambos ambientes de la galería Azur se distribuye equilibradamente discretos trabajos que sin necesidad de apelar a la invención de temas, sencillamente recurren a un escenario que le es familiar, esa cercanía cotidiana que en algún momento le permitió comprender el vasto ejemplo de la cultura peruana para expresarse en una serie de pinturas que cuidadosamente ha sabido elegir entre el dificultoso rincón de esta gran ciudad de barro.
Una expresión cristiana citada constantemente: Polvo eres y en polvo te convertirás; nos remite automáticamente al peso que soporta la tierra al enterrar toda materia inútil, una sepultura donde la humanidad reposa prudente, estos espacios convertidos en cementerios históricos albergan bajo su cimientos una infinidad de encantos que ahora se transfiguran en extensos y soleados suelos. Barro, arena y polvo se adueñan de esos aposentos semejantes a catedrales degradados por el tiempo. Estas definiciones geográficas son el referente para Suárez y, en este contexto se desarrolla una pintura asignada de una realidad habilitada a su percepción.
Una cierta confabulación existe en cada fracción extendida por H. Suárez, se acerca con una observación absoluta e inmoviliza con deleite fragmentos de adobe para enfundarlos en una gama privada de colores. Se deja llevar por ligeros aires que recorren cada parte de esta ciudad prehispánica y, se nutre de este callado barro que por siglos aun se presencia un tenue cántico profano de seres que habitaron muy cerca a nuestra ciudad.