Corría el año 1976 y en las puertas del Diario La Industria de Trujillo el torero Fernando de la Cruz Gallardo realizaba un espectáculo intentando llamar la atención de la población, aprovechando su apellido “de la cruz” y vestido de torero se crucificó con ayuda de sus amigos. Este singular acto le permitió ganarse el titular “Crucificado pide torear”. Diez años le significó estar en los ruedos entre banderilleros y picadores.
Después de retirarse del toreo decide estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Trujillo el año de 1980 integrando el grupo Trez, conformado por Tito Monzón Goicochea y Manuel Pérez Vásquez (Mapeva), este trío irreverente siempre causó sinsabores entre los profesores de bellas artes por la incipiente formación académica y la falta de libertad en los claustros de la academia.
En 1985 viaja a Cali (Colombia) junto a su hermano Richie y se establece definitivamente hasta el día de hoy cambiando rotundamente la vida de novillero por la de artista.
Su estadía en tierras cafeteras le permite trabajar con su pintura en total libertad. Ahora, el recordado torero nacido en Cachicadán nos visita a Trujillo después de muchos años de ausencia, trayendo una importante muestra de sus obras en un total de doce trabajos. La Casa de la Emancipación acoge a este importante creador liberteño en un espacio reducido donde las obras pierden su total magnitud, lo más adecuado era la sala amplia del primer patio, estos detalles deberían tomar en cuenta al recibir a pintores de categoría.
La docena de trabajos expuestos se puede apreciar entre tintas y óleos de magistral factura donde el dibujo es el mejor aliado en temas que bordean la tauromaquia y la imagen conquistadora de los españoles ante una cultural animada por el Dios Sol.
Por instantes se refugia en los clásicos para recrear una pintura alegórica y sustanciosa, Andrea Mantegna y Rembrandt Van Rijn le sirven de inspiración para trastocar la serie de lecciones de anatomía de ambos pintores renacentistas, aprovecha este escenario para incluir imágenes con atuendo de saco y corbata. Con el buen manejo del dibujo bordea una pintura exquisita acompañada de un delineado preciso, acucioso y frenético. La soberbia en el tratamiento de la indumentaria metálica y cascos de personajes hispanos de barbas cenizas posan soberbios y melancólicos entre fondos jaspeados y sonoros. Como una gran tribulación los seres van extinguiéndose por espacios ignotos de penumbras y vacíos que nos lleva a confundir la figura principal con el violentado fondo.
El drama y el furor de la arena durante una corrida de toros se han trasladado a un soporte vivo al que el pintor ha sabido otorgarle con la experiencia de conocer la actitud bravía de los toros y la agilidad del torero en poses emblemáticas. Desde el matador hasta el banderillero divisamos una realidad exacta de una pintura que se nutre de aspectos occidentales afincados en América.
-Su obra colmada de sensibilidad e inteligencia, de dominio del color y de buen gusto, revela un artista que domina la composición, el color, la figura y el difícil sentido del espacio. Su obra total y actual es un acierto, está colmada de optimismo, calidad y amor por el arte. Al igual que sus compatriotas Armando Villegas, Herman Braun y Fernando de Szyszlo, Gallardo se proyecta con éxito internacional desde su nueva residencia en Cali.- Así observa el crítico de arte colombiano Leonel Estrada.
En la pintura “La Primavera” el rostro de una fémina trasluce entre hojas y pétalos de flor, veladuras frescas aligeradas por una ventisca de trazos airea una obra sincera. En “Banderillas al Violín” son dos obras que representan el mismo tema, una de ellas procesada con tinta y plumilla a modo de boceto y, la otra obra similar se desarrolla al óleo en una maestría absoluta, vemos la firme postura del torero y la banderilla que se introduce en el cuerpo del animal robusto y de cuernos descomunales. La respiración del toro es atrapado en primer plano y el jadeo se nota en las fosas nasales entreabiertas y pronunciadas.
Esta muestra de Fernando de la Cruz Gallardo vitaliza la pintura trujillana en una variante importante, considerando la distancia en que se desarrolla su obra.