martes, 24 de agosto de 2010

El destello de los cuerpos amorfos


Con la muestra individual “Líneas Ancestrales” el pintor trujillano Pablo Ramírez Vega, expone este mes de octubre en coordinación con la Galería Club Colonial de Huanchaco y la Galería Artimundo de Bruselas (Bélgica).

Cuando los cuerpos se aglomeran en un espacio se dificulta la observación de la escena, sin embargo, cuando el orden es planteado con severidad hallamos una riqueza móvil entre estos seres amorfos. Así inicia su trabajo Pablo Ramírez Vega, zambullido entre miniaturas formas y de ralo color. Su obra cubierta de elementos se inicia bajo el esquema de la iconografía Mochica y, en ese espacio encuentra sus raíces de la forma.
Formatos inusuales resisten todo el resumen de imágenes cercanas a su cultura, las ubica a manera de una danza nocturna en un aquelarre de seres divinos y enigmáticos. Una magia ancestral se adueña de su pintura emergiendo ligeras figuras subordinadas a los dioses y divinidades de antaño.
Seres alados y fabulosos se apoderan de temas originados por la variedad de gráficos recreados de un pasado solemne. Recurre a ese universo prehispánico para enaltecer el valioso aporte que sostiene su obra en un contexto real y actual.
Peces y aves invaden fondos neutros, una dádiva fantástica que se alimenta de la reinvención de decorados Moche. Todo este conjunto de dibujos permite ubicar con claridad de manera personal un solo elemento en el soporte. Logra seleccionar con eficacia de esta cantera anterior a sus pinturas, imágenes precisas y muy bien estructuradas bajo un dominio de texturas. Bloques llenos de color en un resplandor que brilla en combinación a la pasta rugosa aplicada en las formas estilizadas y hieráticas. Ha superado el bullicio del grupo y ha extraído con acierto, fragmentos lustrosos e iluminados por el acrílico, otorgando efectos visuales a los cuerpos brillantes y de coloraciones fuertes. Su acercamiento al concepto del color se remite básicamente a la experiencia que le tocó convivir con la pirotecnia. La infinidad de viajes a pueblos diversos llevando consigo esta faena familiar, le permitió asimilar el fulgor que origina la luz en las noches oscuras de lugares lejanos a la ciudad. En esta diversidad de fuegos artificiales le queda en las escleróticas impregnada una encendida forma de ver la naturaleza.
Rostros imperturbables rodeados de ligeras lumbreras y tocados utilitarios se quedan suspendidos en una atmósfera plana, de bocas reducidas y ojos finos, se dejan apreciar bajo una indumentaria inventada y rellenada de una grafía espiralada, este ligero movimiento reposa en trazos claros sobre tonos de la misma gama.
Maneja con especial consideración un color que discute con el personaje planteado. Se aleja del círculo cromático y agrega de modo digital encendidas gamas en formas cruzadas y uniformes. Por ahora se preocupa en alterar las primitivas figuras obtenidas de épocas anteriores. Esta simplificación de su pintura se remite primordialmente a la constante aplicación de dibujos y su metamorfosis, estos cambios sustanciales en su trabajo permite jugar con facilidad cada detalle.
La pintura de Pablo Ramírez se introduce al maravilloso mundo de una civilización costera. Recrea con ansia un pasado mágico y, el fervor por la iluminación se pronuncia en una fortaleza bañada de tintes fieros. Responde al temperamento los pormenores de su trabajo y, en ese transbordo impide que se filtre extraños perfiles. Agrega con insistencia particular una pintura suministrada a partir de un legado lejano, evitando dejarse absorber por esquemáticos cuencos de otros tiempos.
Ha comprendido y es consciente que tiene que liberarse de ciertas contaminaciones y, mientras se percate que su obra pertenece a este momento, entonces, tiene que exigir una independencia en el planteamiento de su propuesta.
Todo ha quedado atrás y ahora se desplaza al contraste de la incandescencia en relación a una nueva forma de replantear sus figuras solitarias sobre fondos texturados y desnudos. Recobra la idea de la materia como principal argumento y queda el registro sostenido en una pintura que identifica el territorio del pintor.